(85/66) Roedores del alma
Como roedores del alma, tanto el dolor como la tristeza pueden conseguir que perdamos la razón. Minan nuestro sentido común a base de inyectar negatividad, estrangulan nuestro corazón impidiendo una circulación fluida hacia el cerebro obligándonos a pensar sin claridad.
Cuando nos invaden, nuestros pensamientos son funestos, transgresores de toda lógica, auto-destructivos, conduciéndonos a una calle en la que no vemos la salida, casi siempre la hay, pero no la vemos, atormentándonos, torturándonos, conduciéndonos a una caída libre en un agujero oscuro e infinito donde el fondo no llega nunca. Pero el tiempo, dueño y señor de nuestras vidas, siempre despótico y en ocasiones, cruel, se convierte en amable curandero, balsamiza nuestra tristeza y nuestro dolor con su discurrir. Poco a poco nuestros ojos se acostumbran a la oscuridad, conseguimos zafarnos del estrangulamiento al que está sometido nuestro corazón, recuperamos el fluido sanguíneo, nuestras ideas se aclaran y los pensamientos se tornan grises. Llegamos al fondo; nuestros pies, obedeciendo a nuestros instintos de supervivencia y autodefensa, se apoyan y nos impulsan hacia la luz.
Sucios, malheridos, doloridos y enfermos, empezamos una recuperación lenta, en la que las recaídas son inevitables pero cada vez más distantes. Sonreímos, un gesto tan reconfortante y sencillo, impensable e imposible en esos momentos de delirante dolor. Recuperamos las ganas de amar, de reír, de hablar, en fin, de vivir.
Habrá cicatrices que no desaparecerán nunca, pero hemos salido reforzados, hemos aprendido a valorar lo que teníamos y que no apreciábamos en su justa medida, a querernos un poquito más, a agradecer el valor de la amistad, la compañía incondicional de los amigos o el calor de la familia. Hemos ganado sabiduría, de una manera cruda, sangrante, dura, pero que nos servirá en experiencias futuras.
DEDICADA A "MIS NIÑAS". Gracias, preciosas, por esos momentos.